La Unción de Enfermos
El Sacramento de la Unción de Enfermos confiere al cristiano una gracia especial para enfrentar las dificultades propias de una enfermedad grave o vejez. Se le conoce también como el «sagra viático», porque es el recurso, el «refrigerio» que lleva el cristiano para poder sobrellevar con fortaleza y en estado de gracia un momento de tránsito, especialmente el tránsito a la Casa del Padre a través de la muerte.
Lo escencial del sacramento consiste en ungir la frente y las manos del enfermo acompañada de una oración litúrgica realizada por el sacerdote o el obispos, únicos ministros que pueden administrar este sacramento.
La Unción de enfermos se conocía antes como «Extrema Unción», pues sólo se administraba «in articulo mortis» (a punto de morir). Actualmente el sacramento se puede administrar más de una vez, siempre que sea en caso de enfermedad grave.
¿Qué es la Unción de Enfermos?
Es el sacramento que da la Iglesia para atraer la salud de alma, espíritu y cuerpo al cristiano en estado de enfermedad grave o vejez.
¿Cuántas veces puede recibir el sacramento un cristiano?
Las veces que sea necesaria, siempre que sea en estado grave. Puede recibirlo incluso cuando el estado grave se produce como recaída de un estado anterior por el que ya había recibido el sacramento.
¿Qué efectos tiene la Unción de enfermos?
La unción une al enfermo a la Pasión de Cristo para su bien y el de toda la Iglesia; obtiene consuelo, paz y ánimo; obtiene el perdón de los pecados (si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la reconciliación), restablece la salud corporal (si conviene a la salud espiritual) y prepara para el paso a la vida eterna.
¿Dónde solicitar la unción de enfermos?
PODRÁ SOLICITA LA UNCIÓN PARA LOS ENFERMOS EN CUALQUIER MOMENTO, PASANDO POR LA SACRISTÍA O BIEN LLAMANDO A LOS TELÉFONOS Tel. 659 27 55 20 – 968 670 440 – TAMBIÉN SE PODRÁ RECIBIR ASISTIENDO A LAS CELEBRACIONES DONDE SE ADMINISTRE.
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El sagrado viático, último sacramento del cristiano
A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la unción de los enfermos, la eucaristía, como viático o sea, como provisión o alimento para el viaje. Recibida en este momento del paso hacia el Padre, la Sagrada Comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo, reviste una significación y una importancia particulares. Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las palabras del Señor: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré el último día» (Jn.6,54). Puesto que es sacramento de Cristo muerto y resucitado, la eucaristía es aquí sacramento del paso de la muerte a la vida eterna, de este mundo a la Gloria (Jn.13,1).
Muy conveniente, por tanto, es preparar al enfermo grave para que desee y pida los sacramentos de la reconciliación, Sagrada unción y comunión y los reciba en pleno uso de sus facultades. En muchos casos la familia del enfermo, con una caridad mal entendida, oculta la gravedad de su estado y próximo encuentro con Dios, dificultando su tránsito a la vida eterna y entregándolo, tal vez, en pecado al juicio de Dios. Si debemos vivir siempre en la gracia de Dios, con más razón debemos cuidar nuestra alma en el momento de la muerte.
Puede darse el caso de que estando el enfermo plenamente consciente, no sea capaz, sin embargo de comulgar por padecer de vómitos. Hay que advertirle al sacerdote dicha situación para evitar una falta de respeto al Santísimo Sacramento.
De cualquier manera, es necesario tener preparado un vaso con agua tanto para la purificación de los dedos del sacerdote, como para auxiliar al enfermo a pasar la Hostia.
– ¡Qué consuelo proporciona a los deudos, en caso de muerte, haber despedido a su ser querido confortado con todos los auxilios espirituales que el Señor nos proporciona en la Iglesia! Con estos sacramentos se cierra la peregrinación del seguidor de Cristo.
Las oraciones del ritual
Hasta antes del Concilio Vaticano II, todos los sacramentos se administraban en la lengua oficial de la Iglesia, el latín, de gran precisión y elegancia, pero incomprensible para los asistentes.
La traducción a las lenguas vernáculas permitida por el concilio y objetada por algunos tradicionalistas ha permitido la comprensión y participación del pueblo fiel en todos los rincones del mundo.
Las oraciones mismas del ritual de sacramentos, nos indican claramente el sentido de lo que estamos realizando. Es conveniente prestar mucha atención y unirnos a la plegaria oficial de nuestra Iglesia, sacando todo el fruto posible de la celebración.
El ritual prevé la necesidad de la bendición del óleo, en caso de que el sacerdote no tenga a mano el bendecido por el obispo el jueves Santo. El aceite debe ser de oliva preferentemente, pero en último caso puede ser un aceite vegetal.
La misma oración de la bendición expresa magníficamente la intención de toda la ceremonia:
«Oh Dios, Padre de todo consuelo, que, por medio de tu Hijo has querido sanar las dolencias de los enfermos, escucha con amor la oración hecha con fe y desde el cielo, derrama sobre este aceite tu Espíritu Santo Paráclito. Tú, Señor, que quisiste que el leño verde del olivo produjera el aceite que restaura nuestros cuerpos, enriquece también con tu bendición, este óleo, para que quienes sean ungidos con él experimenten tu protección en el cuerpo y en el alma y se vean aliviados en sus dolores, enfermedades y dolencias Que por tu acción, Señor, este aceite sea para nosotros un óleo Santo, en nombre de Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos».
Esta sola oración nos hace comprender que el sacramento de los enfermos ha sido instituido para alivio de la enfermedad. No es primariamente un rito para «despedir» de esta vida al enfermo. No es para administrarlo «in articulo mortis» sino para restaurar en lo posible, la salud de cuerpo y alma.
Otra oración del ritual refuerza esta idea: «Que este hijo tuyo, Señor, a quien ahora, llenos de fe, vamos a ungir con el oleo Santo, reciba alivio en la enfermedad y consuelo en su dolor».
La fórmula de la unción abarca toda esta realidad: mientras el sacerdote unge la frente y las manos del enfermo pronuncia las siguientes palabras: «Por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la Gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad».
Una vez realizada la unción, el ministro prosigue con la siguiente oración:
«Te rogamos, redentor nuestro, que, por la gracia del Espíritu Santo, cures la debilidad de este enfermo, sanes sus heridas y perdones sus pecados; aparta de él todo cuanto pueda afligir su alma o su cuerpo y por tu misericordia devuélvele la perfecta salud espiritual y corporal, para que restablecido por tu bondad, pueda volver al cumplimiento de sus acostumbrados deberes. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos».
Como esta oración hay otras adecuadas a las circunstancias particulares, como puede ser por ejemplo la avanzada ancianidad del enfermo o un estado de franca agonía. En todas ellas se manifiesta el amor de la Iglesia por sus miembros dolientes y la confianza total en el poder de Dios tanto para salvar el alma, como para sanar el cuerpo si esto conviene al f¡el cristiano.
Si el enfermo ha entrado en la fase final y está ya en agonía, la oración que la Iglesia hace por él es bellísima:
«Dios Padre misericordioso, Tú que conoces hasta dónde llega la buena voluntad del hombre y que siempre estás dispuesto a olvidar nuestros pecados y a perdonarlos por Tu misericordia, compadécete de tu hijo N. que ahora lucha en su agonía, para que, ungido con el oleo Santo y ayudado por nuestra oración hecha con fe, reciba consuelo y alivio en su cuerpo y en su alma, obtenga el perdón de sus pecados y se sienta fortalecido con los dones de tu amor. Por Jesucristo, tu Hijo, que al vencer a la muerte nos ha abierto las puertas del cielo y vive y reina contigo por los siglos de los siglos».
En caso de haber podido administrar el Santo Viático, la oración puede ser ésta:
«Señor, Padre Santo, Dios Todopoderoso y Eterno, te pedimos confiadamente que el cuerpo Santísimo de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, que nuestro hermano acaba de recibir, le alivie los sufrimientos del cuerpo y del espíritu y le sea remedio eficaz para alcanzar la Vida eterna. Por Jesucristo Nuestro Señor».
San José, patrono de la "Buena Muerte"
Dado que en el Evangelio San José ya no aparece durante la vida pública de Jesucristo, es lógico pensar que haya muerto en Nazareth durante su vida oculta. Y no podemos dudar de que en ese momento, estaba en brazos de su Hijo adoptivo y de la Santísima Virgen María.
¡Qué compañía perfecta para morir! Por eso la Iglesia lo ha nombrado el patrono de la buena muerte. Entendamos por esto no la muerte sin dolor, una «muerte cómoda», sino la muerte en Gracia de Dios, acompañados de la Sagrada familia en pleno, de nuestro Santo Patrono y de nuestro Angel guardián. Pidamos a San José tener una muerte parecida a la suya y luchemos por alcanzar esa gracia, viviendo en santidad permanente.
La resurrección de la hija de Jairo – Benito Sáez García – Óleo – 1838 – Museo del Prado
