El Sacramento del Bautismo
1. ¿Qué es el Bautismo?
El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1213
2. ¿De dónde surge la denominación de Bautismo?
Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa «sumergir», «introducir dentro del agua»; la «inmersión» en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él transformado en una «nueva criatura», como explica san Pablo a los Corintios y a los Gálatas (2 Co5,17; Ga 6,15).
Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo”, porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual «nadie puede entrar en el Reino de Dios», como dice el Evangelio de san Juan.
Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), el bautizado, se convierte en «hijo de la luz», y en «luz» él mismo. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1214, 1215, 1216.
Los padres tienen obligación de hacer que los hijos sean bautizados en las primeras semanas; cuanto antes después del nacimiento e incluso antes de él, acudan al párroco para pedir el sacramento para su hijo y prepararse debidamente.» (C.I.C 867)
Es lo más grande que pueden dar a sus hijos. Ellos les estarán agradecidos eternamente.
¿Dónde solicitar el bautismo?
LA CELEBRACIÓN DEL BAUTISMO DEBE SOLICITARSE EN EL DESPACHO PARROQUIAL O POR TELÉFONO CON ANTICIPACIÓN SUFICIENTE PARA LA PREPARACIÓN DE LA CEREMONIA Tel. 633 42 84 48 – 968 670 440
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El Bautismo del Señor - San Gregorio Nacianceno
Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.
Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y, sin duda, para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.
Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa.» Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.
Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.
También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante. Y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio.
Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.
Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como perfectas lumbreras, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Responsorio
R. Hoy se han abierto los cielos, y el mar se ha vuelto dulce, la tierra se alegra, los montes y colinas saltan de gozo, porque en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.
V. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? Porque en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén
Homilía de San Juan Pablo II en la Fiesta del Bautismo del Señor en el 2001
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. La fiesta de hoy, con la que concluye el tiempo navideño, nos brinda la oportunidad de ir, como peregrinos en espíritu, a las orillas del Jordán, para participar en un acontecimiento misterioso: el bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista. Hemos escuchado en la narración evangélica: «mientras Jesús, también bautizado, oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y se escuchó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me complazco»» (Lc 3, 21-22).
Por tanto, Jesús se manifiesta como el «Cristo», el Hijo unigénito, objeto de la predilección del Padre. Y así comienza su vida pública. Esta «manifestación» del Señor sigue a la de Nochebuena en la humildad del pesebre y al encuentro de ayer con los Magos, que en el Niño adoran al Rey anunciado por las antiguas Escrituras.
2. También este año tengo la alegría de administrar, en una circunstancia tan significativa, el sacramento del bautismo a algunos recién nacidos. Saludo a los padres, a los padrinos y madrinas, así como a todos los parientes que los han acompañado aquí.
Estos niños se convertirán dentro de poco en miembros vivos de la Iglesia. Serán ungidos con el óleo de los catecúmenos, signo de la suave fuerza de Cristo, que se les infundirá para que luchen contra el mal. Sobre ellos se derramará el agua bendita, signo eficaz de la purificación interior mediante el don del Espíritu Santo. Luego recibirán la unción con el crisma, para indicar que así son consagrados a imagen de Jesús, el Ungido del Padre. La vela encendida en el cirio pascual es símbolo de la luz de la fe que los padres, los padrinos y las madrinas deberán custodiar y alimentar continuamente, con la gracia vivificadora del Espíritu.
Por consiguiente, me dirijo a vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas. Hoy tenéis la alegría de dar a estos niños el don más hermoso y valioso: la vida nueva en Jesús, Salvador de toda la humanidad.
A vosotros, padres y madres, que ya habéis colaborado con el Señor al engendrar a estos pequeños, os pide una colaboración ulterior: que secundéis la acción de su palabra salvífica mediante el compromiso de la educación de estos nuevos cristianos. Estad siempre dispuestos a cumplir fielmente esta tarea.
También de vosotros, padrinos y madrinas, Dios espera una cooperación singular, que se expresa en el apoyo que debéis dar a los padres en la educación de estos recién nacidos según las enseñanzas del Evangelio.
3. El bautismo cristiano, corroborado por el sacramento de la confirmación, hace a todos los creyentes, cada uno según su vocación específica, corresponsables de la gran misión de la Iglesia.
Cada uno en su propio campo, con su identidad propia, en comunión con los demás y con la Iglesia, debe sentirse solidario con el único Redentor del género humano.
Esto nos remite a cuanto acabamos de vivir durante el Año jubilar. En él la vitalidad de la Iglesia se ha manifestado a los ojos de todos. Este acontecimiento extraordinario ha legado como herencia al cristiano la tarea de confirmar su fe en el ámbito ordinario de la vida diaria.
Encomendemos a la Virgen santísima a estas criaturas que dan sus primeros pasos en la vida. Pidámosle que nos ayude ante todo a nosotros a caminar de modo coherente con el bautismo que recibimos un día.
Pidámosle, además, que estos pequeños, vestidos de blanco, signo de la nueva dignidad de hijos de Dios, sean durante toda su vida cristianos auténticos y testigos valientes del Evangelio. ¡Alabado sea Jesucristo!
Santo Padre Juan Pablo II
Domingo 7 de enero de 2001
Oración de San Juan Pablo II en el Sitio del Bautismo del Señor
En el Evangelio de San Lucas leemos «Que la Palabra de Dios bajó sobre Juan, Hijo de Zacarías, en el desierto. Y él recorrió toda la región del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (3, 2-3). Aquí, en el Río Jordán, cuyas orillas han sido visitadas por multitudes de peregrinos que rinden honor al Bautismo del Señor, también yo elevo mi corazón en oración:
¡Gloria a ti, oh Padre, Dios de Abraham, Isaac y Jaco
Tú has enviado a tus siervos, los profetas
a proclamare tu palabra de amor fiel
y a llamar a tu pueblo al arrepentimiento.
A las orillas del Río Jordán,
Has suscitado a Juan el Bautista,
una voz que grita en el desierto,
enviado a toda la región del Jordán,
a preparar el camino del Señor,
a anunciar la venida de Cristo.
¡Gloria a ti, oh Cristo, Hijo de Dios!
Has venido a las aguas del Jordán
Para ser bautizado por manos de Juan.
Sobre ti el Espíritu descendió como una paloma.
Sobre ti se abrieron los cielos,
Y se escuchó la voz del Padre:
«Este es mi Hijo, el Predilecto!»
Del río bendecido con tu presencia
Has partido para bautizar no sólo con el agua
sino con fuego y Espíritu Santo.
¡Gloria a ti, oh Espíritu Santo, Señor!
Por tu poder la Iglesia es bautizada,
Descendiendo con Cristo en la muerte
Y resurgiendo junto a él a una nueva vida.
Por tu poder, nos vemos liberados del pecado
para convertirnos en hijos de Dios,
el glorioso cuerpo de Cristo.
Por tu poder, todo temor es vencido,
Y es predicado el Evangelio del amor
En cada rincón de la tierra,
para la gloria de Dios,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
a Él todo honor en este Año Jubilar
y en todos los siglos por venir. Amén.
S.S. Juan Pablo II
21 de marzo del 2000
Bautismo de Cristo – Juan Fernández Navarrete – Óleo – 1567 – Museo del Prado