La Confirmación

1. ¿Qué es la Confirmación?

El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho.

En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.

El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado – creyendo que todo había sido en balde – se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados – y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”. El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros – es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios.

2. Institución

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque – según ellos – no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.

Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8, 15-17;19, 5-6).

3. El Signo: La Materia y la Forma

Dijimos que la materia del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza, en este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosa: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unido al nombre de “cristiano”, que significa ungido.

La materia de este sacramento es el “santo crisma”, aceite de oliva mezclado con bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser en la frente.

La forma de este sacramento, palabras que acompañan a la unción y a la imposición individual de las manos “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo” (Catec. no. 1300) . La cruz es el arma conque cuenta un cristiano para defender su fe.

 

¿Dónde solicitar la confirmación?

LA CELEBRACIÓN DE LA CONFIRMACIÓN DEBE SOLICITARSE EN EL DESPACHO PARROQUIAL O POR TELÉFONO CON ANTICIPACIÓN SUFICIENTE PARA LA PREPARACIÓN DE LA CEREMONIA Tel. 659 27 55 20 –  968 670 440

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¿Para qué sirve el sacramento de la Confirmación?

La Confirmación forma parte de los tres sacramentos de iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía). Así, en el Bautismo nacen para la vida de Cristo; en la Confirmación se fortalecen y en la Eucaristía se alimentan para alcanzar la vida eterna para avanzar hacia la perfección de la caridad.

Fue Cristo mismo quien instituyó este sacramento al prometer la efusión del Espíritu sobre sus discípulos: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis una fuerza que os hará ser mis testigos” (Hch 1, 8).

La gracia que obtenemos en el Bautismo es fortificada en la Confirmación de la siguiente manera:

— Nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir “Abbá, Padre”.

— Nos une más firmemente a Cristo.

— Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo.

— Hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia.

— Nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz.

El Papa Francisco señaló la importancia del Espíritu Santo y del sacramento de la Confirmación para mantener la unidad de la Iglesia. “El único Espíritu distribuye los múltiples dones que enriquecen a la única Iglesia: Es el autor de la diversidad, pero al mismo tiempo es el creador de la unidad”.

El Santo Padre destacó la importancia de acudir bien preparados al sacramento de la Confirmación: “La venida del Espíritu exige corazones recogidos en oración. Tras la oración silenciosa de la comunidad, el obispo, extendiendo sus manos sobre los confirmandos, suplica a Dios que infunda su Santo Espíritu Paráclito”.

Uno solo es el Espíritu –explicó el Pontífice–, pero al venir a nosotros, nos da sus dones: sabiduría, intelecto, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo temor de Dios”.

El Pontífice detalló en su catequesis el significado de los gestos concretos de la Confirmación: “Por tradición atestiguada por los Apóstoles, el Espíritu que completa la gracia del Bautismo se transmite por medio de la imposición de manos. A este gesto bíblico, para expresar mejor la efusión del Espíritu que impregna a quienes lo reciben, desde el principio se le ha añadido la unción del óleo perfumado, llamado crisma, que permanece en uso hasta el día de hoy, tanto en oriente como en occidente”.

El óleo es la sustancia terapéutica y cosmética que, en contacto con la piel del cuerpo, cura y perfuma las heridas que sirve para expresar la acción del Espíritu que consagra e impregna a los bautizados, embelleciéndolos con sus carismas”.

El Espíritu Santo es el don invisible, y el crisma es la señal visible”, insistió el Papa. Por último, Su Santidad afirmó que “al recibir en la frente el signo de la cruz con el óleo perfumado, el confirmando también recibe la impronta espiritual indeleble, el ‘carácter’, que lo confirma de forma más perfectamente a Cristo y les concede la gracia de propagar entre los hombres su buen perfume”.

Fuentes: Catecismo de la Iglesia Católica y audiencia general del Papa Francisco 23 de mayo de 2018.

Los signos de la Confirmación

En el rito de este sacramento conviene considerar el signo de la unción y lo que la unción designa e imprime: el sello espiritual.

La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia (cf Dt 11,14) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza.

Todas estas significaciones de la unción con aceite se encuentran en la vida sacramental. La unción antes del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y consuelo. La unción del santo crisma después del Bautismo, en la Confirmación y en la Ordenación, es el signo de una consagración. Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda «el buen olor de Cristo» (cf 2 Co 2,15).

Por medio de esta unción, el confirmando recibe «la marca«, el sello del Espíritu Santo. El sello es el símbolo de la persona (cf Gn 38,18; Ct 8,9), signo de su autoridad (cf Gn 41,42), de su propiedad sobre un objeto (cf. Dt 32,34) —por eso se marcaba a los soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el de su señor—; autentifica un acto jurídico (cf 1 R 21,8) o un documento (cf Jr 32,10) y lo hace, si es preciso, secreto (cf Is 29,11).

Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano también está marcado con un sello: «Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» (2 Co 1,22; cf Ef 1,13; 4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica (cf Ap 7,2-3; 9,4; Ez 9,4-6).

La historia del Sacramento y el desarrollo de la Confirmación

El Espíritu está presente en la Iglesia; se mueve y comunica su aliento donde quiere. Asimismo, permite que los eventos históricos y culturales formen la práctica y entendimiento de nuestra fe. Un notable ejemplo de esto es la historia y la teología del Sacramento de la Confirmación. La forma en que hemos celebrado el sacramento a lo largo de los siglos y la manera en que lo hemos entendido ha tenido cambios muy notables. Es casi universalmente aceptado que es una celebración del Espíritu dentro de nosotros y una ocasión para reafirmar nuestro Bautismo. También es cierto que existen diferentes escuelas de pensamiento en lo relacionado a su significado, finalidad y edad conveniente para recibir este Sacramento.

La Confirmación en la primera Iglesia

En la primera Iglesia los tres sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, se celebraban en la misma ceremonia con adultos catecúmenos en la Vigilia Pascual. Los catecúmenos descendían a una fuente en la que eran bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Después de que ascendían, se les vestía de blanco, el obispo les imponía sus manos y les ungía con el óleo. Luego iban en procesión a un lugar de honor en medio de la comunidad donde participaban en la Eucaristía por primera vez. De esta manera, su iniciación consistía en un único evento con varios momentos. El climax era la celebración de la Eucaristía.

La separación de la unción del obispo del momento del Bautismo ocurrió por muchas razones en la Iglesia en Occidente. La proclamación que hizo el emperador romano Constantino de que el cristianismo era la religión oficial del Estado, en el Siglo IV significó, entre muchas otras cosas, que los bautismos se dieran en grandes cantidades. El cristianismo se extendió desde las ciudades a los campos rurales. Esto hizo que fuera imposible para los obispos, envueltos también en asuntos de gobierno de la Iglesia, el presidir todos y cada uno de los bautismos. Los obispos de Oriente resolvieron el problema al delegar los Sacramentos de Iniciación al presbítero, y se reservaron para ellos la consagración del óleo que se emplea en el rito. Hasta el día de hoy en las Iglesias de Oriente la iniciación se celebra con los tres sacramentos a la vez. Los obispos en Occidente también delegan el Bautismo a los sacerdotes, no obstante, retienen la función de hacer la unción final y la imposición de las manos. Lo celebran cuando visitan una localidad particular, una parroquia o un pueblo. Así pues, la celebración de la Confirmación en la Iglesia de Occidente se llevó a cabo mucho tiempo después del Bautismo. En los países de América Latina, especialmente en tiempos anteriores y con diócesis muy extensas, muchos infantes, niños de muy corta edad, eran confirmados cuando el obispo hacia la “visita pastoral”, que era con intervalo de muchos años. Ahora las diócesis son más pequeñas; hay más obispos y se prefiere que este Sacramento sea recibido en edad más avanzada.

La teología de la Confirmación

El Bautismo era el sacramento del don inicial del Espíritu, en tanto que la Confirmación era el sacramento de la plenitud del Espíritu con sus siete dones. Cuando en la Edad Media se hizo común la práctica de confirmar cerca de la adolescencia en lugar de celebrarlo en la infancia, los teólogos comenzaron a enseñar que la Confirmación era el sacramento de la madurez. Quienes la recibían eran considerados lo suficientemente mayores y listos como para vivir una vida cristiana activa y responsable. La persona cristiana era sellada como testigo de Cristo en la Confirmación y recibía la fortaleza en el crecimiento de los dones del Espíritu para luchar, sufrir y morir por la fe. La noción de que el sacramento hace de esa persona un soldado de Cristo prevaleció. El signo de la paz en el rito fue reemplazado por una gentil palmada en la cara en señal de que esa persona estaba lista para las luchas de la vida.

Teología de la Confirmación hoy

Hay personas que aún siguen viendo al sacramento de la Confirmación como el sacramento de la madurez. Sin embargo, este sacramento no implica que el candidato ya esté suficientemente maduro en la fe. Tampoco significa que la unción del crisma produzca instantáneamente esta madurez en esa persona. La conversión a Cristo es un proceso gradual al cual la Confirmación añade más fuerza. Por medio de este sacramento, la persona confirmada se hace más fuerte para el largo caminar por la vida.

El pensamiento actual sobre la Confirmación ha recibido orientación por medio de los documentos de la Iglesia que ven la Confirmación como un sacramento relacionado integralmente con el Bautismo y la Eucaristía. Estos sacramentos juntos constituyen un proceso por el cual el Espíritu conduce al creyente a la plena unión con la comunidad. La Confirmación no completa el Bautismo como si este hubiese quedado incompleto. Más bien, los dos sacramentos están unidos en el proceso de iniciación. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia establece que “Revísese también el rito de la confirmación, para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana” (71). El Catecismo de la Iglesia Católica, citando la Constitución dogmática sobre la Iglesia, dice: “El Sacramento de la Confirmación (a los bautizados) los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo” (1285).

La Confirmación está igualmente asociada con la Eucaristía donde el Pueblo de Dios se une para celebrar la muerte y la Resurrección de Cristo. Cuando la Confirmación precedía a la Primera Comunión, se entendía fácilmente como una preparación hacia la plena participación en la comunidad. Fue hasta 1910, cuando el Papa Pío X aprobó que los niños de siete años recibieran la sagrada comunión, que la Confirmación pasó a ser el último sacramento de la Iniciación Cristiana en celebrarse. Ahora el papel de la Confirmación como un sacramento que lleva a la Eucaristía debe enfatizarse de otras maneras, más allá del orden cronológico. La Iglesia logra este objetivo por medio de la catequesis, las palabras del rito y la celebración de la Confirmación dentro de la misa.

La Confirmación celebra la plenitud del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu de Jesús, el mismo Espíritu que transformó a los apóstoles, viene sobre los miembros de la Iglesia. De acuerdo con la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, por la Confirmación los católicos quedan “más perfectamente insertados en la Iglesia” y están “como verdaderos testigos de Cristo, más estrictamente obligados a difundir la fe por palabras y obras”. La Confirmación sella a los creyentes en el Espíritu al ungirlos y al darles poder de llevar adelante la misión de Cristo.

 

Texto tomado de Confirmados en el Espíritu, un programa catequético para la Confirmación publicado por Loyola Press.

Cuadro de Acisclo Antonio Palomino y Velasco – Pentecostés – 1696 – Museo del Prado