Terminamos el año litúrgico y lo hacemos con la fiesta de Jesucristo, Rey del universo. Celebrando que Jesús es nuestro Señor, el que nos trae la salvación, el que nos guía hacia el Reino de Dios.

Cristo nos quiere llevar al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Para llevarnos a este reino sólo hay un arma: el amor; es la que utiliza Cristo hasta el final consolando al compañero de suplicio: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23, 43).

“Las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: a otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo… (incluso) uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. (Lucas 23,35-43).  Jesús ante la provocación a salvarse a sí mismo (ser poderoso, prestigioso, triunfar en todo) guarda silencio; se limita a amar hasta última hora.

El reinado de Cristo está fundamentado no en la fuerza ni el poder, sino en la debilidad de la cruz y en la reconciliación. Jesucristo es Rey para reunir a su pueblo y conducirle a la salvación, mediante un reinado humilde y servicial, un reinado de amor, de perdón y de misericordia. Su Reino no es de este mundo y se fundamenta en la verdad. “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.